Navidad en Canadá
- Elizabeth Narváez

- Dec 23, 2020
- 4 min read
Mis navidades dejaron de ser felices cuando me mudé a Canadá, ya sé que suena súper trágico y definitivo, pero así fue por al menos cinco años. Hoy, viviendo mi séptimo invierno volví al fin a disfrutarla, todavía con sus carencias afectivas, pero mucho más llevadera y hasta entretenida
Mi primera Navidad en Toronto llegó con algunas revelaciones. La primera locha que me cayó fue el vacío familiar. Toda mi vida esta época estuvo muy llena de gente, pero no de random gente sino de mis familiares que regados por toda Venezuela se reunían en casa de la abuela para comer y disfrutar de la compañía de esos que durante el resto del año estuvieron lejos.
Alrededor de las nueve de la noche de todos los 24 de diciembre, mis tíos, primos, hermanos y abuela se sentaban en una mesa muy larga donde apenas se podía escuchar el sonido de la propia voz entre tantas que trataban de comunicarse a la vez. Al mismo tiempo las gaitas de fondo y los fuegos artificiales fuera daban un ambiente de parranda universal que me llenaban de un profundo espíritu navideño. Nunca pensé que iba a extrañar tanto esos días.
En mi primera Navidad canadiense también había una mesa muy larga, mucha comida y venezolanos, pero excepto por mis hermanos y sobrinos, todos desconocidos. Saber al menos que puedo conseguir mi comida típica a la distancia de un restaurante en Toronto fue un poquito de alivio para ese vacío.
Rebeldía navideña
Ya después de mi primer año, no sé si por rebeldía o como un mecanismo de esos que mi terapeuta llama de “no contacto” decidí que mis navidades iban a ser en el club y así lo hice por al menos un par de años. Fue una tradición que me costó un poco soltar porque algo dentro de mí se sentía mal, como si estuviera yendo contra todos mis valores familiares por decidir irme al bar en lugar de estar con mis hermanos, pero ellos ya tenían sus familias y yo todavía no.
Esos primeros años traté de pasarlos por debajo de la mesa como quien dice, sin muchos planes, cuadrando lo que saliera, sin pensar mucho en la familia, por muy horrible que suene, pero es que en ese momento no podía. Estos fueron mecanismos que armé para batallar con la soledad: vivir la temporada como una más, nada especial aparte de las hallacas.
Yo pensaba que esta sensación extraña con las navidades era mi nueva modalidad de vida, que esto había llegado para quedarse y estaba más o menos bien con eso, porque la contraparte de estar sola y que no tengas planes para navidad es que puedes agarrar un avión e irte a visitar a tus amigos si, como en mi caso, no puedes volver a la patria yet.
Home sweet home
El año pasado me tocó con mi hermano y los niñitos. Él decidió que iríamos a casa de su amigo donde otro niñito de la edad de mi sobrino lo mantuvo entretenido esa noche por lo que a mí me tocó pasar la noche video-llamando a mis primos y comiendo rico, pero no fue sino hasta este año que al fin me sentí de alguna manera en casa durante las navidades.
Este año pasó algo raro, bueno pasaron muchísimas cosas raras, pero particularmente con todo esto del covid pues se me presentó una situación que me costó mucho resolver y fue la que me hizo caer en cuenta que estaba disfrutando tanto la season holiday que no quería viajar.
El clima es todo un tema de conversación en Canadá, ¡es súper loco! No solamente en invierno cuando sales de tu casa y te encuentras de frente con una montaña de nieve con la que tienes que pelear para poder salir, sino también normal en pleno verano cuando sube o baja la temperatura tan rápido como un grado por hora y sientes que nunca vas bien vestida para el clima, así que cuando no podía decidirme a comprar un pasaje para escapar a una Miami deliciosa de 26 grados contra los -9 que estaba teniendo aquí, ¡no entendía qué diablos me pasaba!
La decisión me costó bastante por una razón muy simple que era lo bien que la estaba pasando aquí en Toronto, sola, entretenida y feliz. Este año por primera vez recreé una de esas tarjetas navideñas súper acogedoras con el chocolate caliente, la decoración y película (mientras nevaba) y me sentí genial. Era algo tan simple que no se me había ocurrido antes y que me dio tanta plenitud en mi soledad conmigo misma que por primera vez desde que me mudé aquí, estaba esperando con ansias mis días de vacaciones en los que podría sentarme a hacer precisamente eso, la recreación cliché de una tarjeta navideña.
Navidades blancas
Hay muchas cosas a las que renuncias cuando te vas de tu país, pero al mismo tiempo hay muchas que ganas y las navidades blancas es una de ellas. Si consideramos que vengo de un país donde hacen 27 grados en la sombra (todo el año) pues obviamente el cambio climático de una navidad a -20 te cambia completamente el mood que traías de antes.
Esta nueva manera de ver el invierno en su totalidad ahora viene acompañada de castañas asadas y vino caliente, de mercados navideños y películas en casa, de patinaje en hielo y abrigos gigantes, todo esto que ahora siento más mío y que a la vez me hace pertenecer más a este país, porque ese sentido de pertenencia no viene del status legal que tengas o el número de años que ya llevas viviendo en otro sitio, creo que como la mayoría de nuestras realidades, viene de nosotros mismos y de qué tan bien nos sintamos respecto a algo.
Me costó mucho decidirme a viajar porque hice planes para los días libres, porque el frío es horrible pero cuando ves caer la nieve desde la ventana de tu casa mientras sigues arropada es otro nivel, porque quiero darle calor y más decoración a mi casita que cada vez se parece más a mí y porque mis sobrinos están aquí (aunque esta razón también la tengo en Miami), en fin y en resumen porque me siento bien aquí, en mi casita, con mis cosas y con los que quiero al alcance de una llamada de zoom, just in case, porque ellos siempre van a hacer falta y una solo se acostumbra.




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